viernes, 30 de julio de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 4

Por aquel tiempo yo estaba editando una pequeña revista, Laxative Approach. Tenía dos coeditores y los tres teníamos la sensación de estar publicando a los mejores poetas de nuestro tiempo. También a algunos de los otros. Uno de los editores era un subnormal de dos metros de altura rebotado de la universidad, Kenneth Mulloch (negro), al que le mantenían por una parte su madre y por otra su hermana. El otro editor era Sammy Levinson (judío), de 27 años, que vivía con sus padres y era mantenido por ellos.
Las páginas estaban impresas. Teníamos que revisarlas y fijarlas a las cubiertas.
—Lo que hay que hacer —dijo Sammy—, es organizar una fiesta de revisión.
Sirves bebidas, explicas un poco de qué va la cosa y dejas queello s hagan el trabajo.

—Odio las fiestas —dije. —
—Yo me encargo de las invitaciones —dijo Sammy.
—De acuerdo —dije yo, e invité a Lydia.

La noche de la fiesta Sammy apareció con todas las páginas ya revisadas. Era uno de esos tipos nerviosos con un tic en la cabeza y no había sido capaz de esperar más para ver sus propios poemas impresos. Había revisado toda la revista él solito y luego pegado las cubiertas. A Kenneth Mulloch no se le pudo localizar —probablemente estaría en la cárcel o en algún asilo.
Empezó a llegar gente. Yo conocía a muy pocos. Me acerqué a la parte trasera del
edificio a ver a mi casera. Me abrió la puerta.

—Estoy celebrando una fiesta, señora O'Keefe. Me gustaría que usted y su marido
vinieran. Hay mucha cerveza, canapés y patatas fritas.
—¡Oh, por Dios, no!
—¿Por qué no?

—¡He visto a toda esa gente entrar ahí! ¡Todas esas barbas y esas melenas y esos trajes harapientos! ¡Con pulseras y collares... parecen una panda de comunistas! ¿Cómo puede aguantar a gente de esa calaña?
—Yo tampoco los aguanto, señora O'Keefe. Sólo bebemos cerveza y charlamos.

No significa nada.
—Vigílelos. Esa gentuza robará las cañerías.
Cerró la puerta.

Lydia llegó tarde. Entró por la puerta como una actriz. La primera cosa que vi fue su gran sombrero vaquero con una pluma en la cinta. No me dijo nada, pero inmediatamente se sentó junto a un joven librero y comenzó a conversar intensamente con él. Yo empecé a beber más fuertemente y algo de coherencia y humor abandonaron mi conversación. El librero era bastante buen chico, intentaba ser escritor. Se llamaba Randy Evans y estaba demasiado embebido de Kafka para conseguir la menor claridad literaria. Le habíamos publicado enLaxative Approach más que nada por no herir sus sentimientos y también para conseguir que nos distribuyera la revista desde su librería.

Bebí mi cerveza y vagué de un lado a otro. Salí al porche trasero, me senté en el bordillo y contemplé a un gran gato negro que trataba de meterse en un cubo de basura. Me acerqué a él. Cuando estaba a escasos pasos, saltó del cubo de basura. Se quedó a una cierta distancia observándome. Agarré el asa del cubo y quité la tapa. El hedor era horrible. Tiré la tapa al suelo y me alejé. El gato subió de un salto y se quedó quieto, en equilibrio en el borde del cubo. Dudó un momento y luego, brillando bajo la luz de la luna, se metió de lleno.
Lydia todavía seguía hablando con Randy, y me di cuenta de que por debajo de la
mesa uno de sus pies estaba tocando el pie de Randy. Abrí otra cerveza.

Sammy tenía a toda la panda riéndose a carcajadas. Yo era algo mejor que él cuando quería hacer que toda la gente se riera, pero aquella noche no estaba en muy buenas condiciones. Había 15 o 16 hombres y dos mujeres —Lydia y April. April era una gorda blenorrágica. Estaba despatarrada en el suelo. Después de una hora más o menos se levantó y se fue con Carl, un freak colgado de anfetaminas. Eso dejó a 15 o 16 hombres y Lydia. Encontré una botellita de whisky en la cocina, me la saqué al porche y me fui echando tragos.

Los tipos comenzaron a marcharse gradualmente a medida que avanzaba la noche. Hasta Randy Evans se marchó. Finalmente sólo quedamos Sammy, Lydia y yo. Lydia estaba hablando con Sammy. El dijo algunas cosas divertidas. Conseguí reírme. Entonces dijo que se tenía que marchar.

—Por favor, Sammy, no te vayas —dijo Lydia.
—Deja al chico que se marche —dije yo.
—Sí, tengo que irme —dijo Sammy.
Después de que Sammy se fuera, Lydia me dijo:
—No tenías por qué haberle largado. Sammy es un tío divertido, de lo más
cachondo. Heriste sus sentimientos.
—Pero yo quiero hablar contigo a solas, Lydia.
—Me gustan tus amigos. Yo no conozco a tantos tipos de gente como tú conoces.
¡A míme gusta la gente!
—A mí no.
—Ya sé que a ti no, pero a mí sí . La gente viene a verte. Quizá si no viniesen a
verte los apreciaras más.
—No, cuanto menos les veo más me gustan.
—Heriste los sentimientos de Sammy.
—Oh, mierda, se fue a casa de su madre.
—Eres celoso, eres un ser inseguro. Te crees que me quiero ir a la cama con todos
los hombres a los que hablo.
—No, no creo. Oye, ¿te apetece un trago?
Me levanté y le preparé uno. Lydia encendió un largo cigarrillo y miró
ensimismada su bebida.
—Tienes de verdad una pinta estupenda con ese sombrero —le dije—, esa pluma
púrpura es soberbia.
—Es el sombrero de mi padre.
—¿Y no lo echa de menos?
—Está muerto.

La eché en el sofá y le di un largo beso. Ella me habló de su padre. Al morir les había dejado a las cuatro hermanas algo de dinero. Eso les había permitido independizarse y le había permitido a Lydia divorciarse de su marido. Me contó también que pasó una temporada muy depresiva y que estuvo algún tiempo en un manicomio. La besé de nuevo.
—Oye —le dije—, vamos a echarnos en la cama. Estoy cansado.

Para mi sorpresa, ella me siguió al dormitorio. Me tumbé en la cama y noté como ella se sentaba. Cerré los ojos y me pareció sentir que se quitaba las botas. Oí caer una bota al suelo, luego la otra. Yo empecé a desnudarme en la cama. Me incorporé un poco y apagué la luz. Me acabé de desvestir. Nos besamos más.
—¿Cuánto tiempo hace que no estás con una mujer?
—Cuatro años.
—¿Cuatro años?
—Sí.

—Creo que te mereces algo de amor —dijo—. Soñé un día contigo. Abría tu pecho como si fuera un gabinete, tenía puertas, y cuando abría las puertas veía toda clase de cosas suaves: ositos de peluche, pequeños animales de piel aterciopelada y todas estas cosas blandas y suaves que daban ganas de acariciar. Luego tuve otro sueño acerca de otro hombre. Se me acercaba y me entregaba unas hojas de papel. Era un escritor. Cogí las hojas de papel y las miré. Y aquellas hojas de papel tenían cáncer. Su escritura tenía
cáncer. Yo me gobierno por mis sueños. Tú te mereces algo de amor.
Nos besamos otra vez.
—Escucha —me dijo—, cuando me hayas metido esa cosa dentro, sácala justo
antes de correrte, ¿de acuerdo?
—Entiendo.

Me monté encima de ella. Era algo bueno. Era algo que estaba ocurriendo, algo real, y con una chica veinte años más joven que yo, algo, al fin y al cabo, hermoso. Pegué como unas diez sacudidas... y me corrí dentro de ella.
Ella se levantó de un brinco.
—¡Tú, hijo-de-puta! ¡Te has corrido dentro!
—Lydia, hacía tanto tiempo... me sentía tan bien... no pude evitarlo. ¡Me salió sin
darme cuenta! Te doy mi palabra de que no pude evitarlo.
Se fue corriendo al baño y abrió el grifo de la bañera. Se puso delante del espejo
pasándose un peine por todo aquel largo pelo marrón. Estaba verdaderamente bella.
—¡Hijo de puta! Dios, vaya un sucio truco de bachillerato.
¡Es una memez de escolares! ¡Y no ha podido ocurrir en peor momento! ¡Bueno,

los dos estamos juntos en esto! ¡Es cosa de los dos!
Me acerqué hasta ella.
—Lydia, te amo.
—¡Lárgate de mi vista!
Me sacó de un empujón y cerró la puerta. Me quedé fuera en la sala, oyendo correr
el agua de la bañera.

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