lunes, 2 de agosto de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 6

A Lydia le gustaban las fiestas. Y Harry era un impenitente organizador de fiestas. Así que allí estábamos, camino de casa de Harry Ascot. Harry era el editor deR eto rt, una pequeña revista. Su mujer llevaba largos vestidos transparentes, enseñaba sus bragas a los hombres e iba descalza.

—La primera cosa que me gustó de ti —me dijo Lydia—, fue que no tuvieras televisión en tu casa. Mi ex marido se pasaba todas las noches y todos los fines de semana viendo la televisión. Hasta teníamos que supeditar el sexo a los horarios de televisión.
—Humm...

—Otra cosa que me gustó de tu casa fue que estaba guarra, con botellas de cerveza por todo el suelo y montones de basura por todas partes. Platos sucios, manchas de mierda en el retrete, costras en la bañera, todas esas cuchillas de afeitar oxidadas tiradas por el lavabo. Supe que serías capaz de comerme el coño.
—Juzgas a los hombres según su entorno, ¿no?
—En efecto. Cuando veo a un hombre con una casa limpia, sé que hay algo en él
que no funciona. Y si está demasiado arreglada, es que es marica.

Llegamos a nuestro destino. El apartamento estaba escaleras arriba. La música sonaba muy fuerte. Toqué el timbre. Harry Ascot abrió la puerta. Lucía una amable y generosa sonrisa.
—Entrad —dijo.

La panda literaria estaba allí, bebiendo vino y cerveza, charlando, reunidos en diversos grupos. Lydia estaba excitada. Yo eché un vistazo a mi alrededor y me senté. La cena estaba a punto de ser servida. Harry era un buen pescador, era mejor pescador que escritor y mucho mejor pescador que editor. Los Ascot vivían del pescado esperando a que los talentos de Harry comenzaran a producir algo de dinero.
Diana, su mujer, sacó los platos con pescado y los fue pasando. Lydia se sentó a mi
lado.
—Mira —me dijo—, así es como tienes que comer un pescado. Yo soy una chica
del campo. Obsérvame.
Abrió el pescado, hizo algo con el cuchillo en la espina dorsal. El pez quedó
dividido en dos limpios filetes.
—Oye, eso realmente me hagustado —dijo Diana—. ¿De dónde dijiste que eras?

—De Utah. Muleshead, población: 100 habitantes. Me crié en un rancho. Mi padre era un borracho. Ahora está muerto. Quizás por eso estoy ahora con él... —me señaló con el dedo.Comimos.
Después de que el pescado fuera consumido, Diana se llevó los restos y trajo tarta

de chocolate con un fuerte (barato) vino tinto.
—Oh, este pastel está delicioso —dijo Lydia—. ¿Puedo tomar otro pedazo?
—Claro, querida —dijo Diana.
—Señor Chinaski —dijo una chica morena desde el otro lado de la habitación—, he
leído traducciones de sus libros en Alemania. Es usted muy popular en Alemania.
—Eso está bien —dije—, ojalá me envíen algún dinero...

—Oye —dijo Lydia—, no nos pongamos ahora a hablar de porquerías literarias. ¡Vamos ah a cer algo! —Se levantó de un salto, hizo una pirueta y dio una palmada—. ¡VAMOS A BAILAR!
Harry Ascot luciendo su generosa y gentil sonrisa conectó el estéreo. Lo puso a
todo el volumen que pudo.

Lydia bailó por toda la habitación y un joven rubio con bucles pegados a la frente se le unió. Empezaron a bailar juntos. Otros se levantaron y bailaron. Yo me quedé sentado.

Randy Evans estaba sentado a mi lado. Me di cuenta de que también estaba contemplando a Lydia. Empezó a hablar. Hablaba y hablaba. Por fortuna yo no podía oírle, el estéreo estaba a todo volumen.

Observé a Lydia bailar con el chico de los ricitos. Lydia sabía moverse. Sus movimientos sobrepasaban la pura sugestión sexual. Miré a las otras chicas y ninguna parecía bailar de igual modo; pero, pensé, eso es sólo porque conozco a Lydia y a ellas no.
Randy seguía hablándome a pesar de que yo no le contestaba. Acabó la música y
Lydia volvió a sentarse junto a mí.
—¡Ooooh, estoy que reviento! Creo que estoy en baja forma.
Otro disco comenzó a sonar y Lydia se levantó y se juntó con el nene de los ricitos.
Yo seguí bebiendo cerveza y vino.

Había muchos discos. Lydia y el chaval bailaban y bailaban en el centro de la pista, mientras los otros se movían a su alrededor. Cada nuevo baile era más íntimo que el anterior.
Yo seguí bebiendo cerveza y vino.

Una salvaje y atronadora danza estaba en progreso... el chico de los rizos estiró las manos por encima de su cabeza. Lydia se arrimó a él. Coreografía erótica. Con sus brazos hacia arriba y presionando juntos sus cuerpos. Cuerpo sobre cuerpo. El daba pasos hacia atrás y Lydia le seguía, pegada. Se miraban fijamente a los ojos. Había que admitir que eran buenos. El disco era interminable. Finalmente, se acabó.
Lydia volvió y se sentó a mi lado.
—Estoy sin respiración —me dijo.
—Oye —le dije—, creo que he bebido demasiado. Nos podíamos ir de aquí.
—Ya te he visto regando el gaznate.
—Vámonos. Ya habrá más fiestas.
Nos levantamos para irnos. Lydia dijo algo a Harry y Diana. Cuando acabó nos
fuimos hacia la puerta. Mientras la abría, se acercó el chaval de los rizos.

—Eh, tío, ¿qué te ha parecido lo mío con tu chica?
—Lo habéis hecho bien.
Cuando salimos fuera empecé a vomitar, toda la cerveza y el vino salieron, cayendo
y resonando contra el suelo de la acera, en chorros a la luz de la luna. Finalmente me

enderecé y me limpié la boca con la mano.
—¿Te preocupaba aquel chico, no? —me preguntó ella.
—Sí.
—¿Por qué?
—Parecía casi un polvo, aún mejor quizá.
—No significaba nada, era sólo unb a ile.
—¿Supón que yo agarro a una mujer por la calle de esa manera? ¿La música lo

haría normal?
—No entiendes. Cada vez que dejaba de bailar, volvía a sentarme junto ati.
—Bueno, bueno —dije—, espera un momento.
Volví a vomitar otro chorro en el seto de algún jardín. Caminamos bajando la

colina saliendo del distrito de Echo Park hacia Hollywood Boulevard.
Subimos al coche. Arrancamos y bajamos por Hollywood hacia Vermont.
—¿Sabes cómo se les llama a los tipos como tú? —dijo Lydia.
—No.
—Se les llama aguafiestas.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Fuera yo Bukowski, ya hubiera mandado a la gavrr, el autor plasma muchísimas cosas bien exactas del comportamiento de una mujer. Este tipo es un genio.