miércoles, 11 de agosto de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 12

Fui a mi casa y empecé a beber. Conecté la radio y encontré algo de música clásica. Saqué mi linterna Coleman del armario. Apagué las luces y me senté con la linterna a oír música. Había juegos que podías hacer con una linterna Coleman. Como apagarla y luego encenderla de nuevo y contemplar la combustión de la mecha volviéndola a iluminar. También me gustaba bombear la linterna y subir la presión. Entonces era el simple placer de verlo. Bebía y miraba la linterna y escuchaba la música y me fumaba un puro.

Sonó el teléfono. Era Lydia. —¿Qué haces? —preguntó. —Estoy aquí sentado.
—¡Estás ahí sentado bebiendo y oyendo música sinfónica y jugando con esa

maldita linterna Coleman!
—Sí.
—¿Vas a volver?
—No.
—¡Muy bien, entonces bebe! ¡Bebe y revienta! Tú sabes que el alcohol por poco te
mata una vez. ¿Te acuerdas del hospital?
—Nunca lo olvidaré.
—¡Muy bien, bebe, BEBE! ¡MATATE! ¡POR MI COMO SI TE CAGAS!
Lydia colgó y yo también. Algo me decía que ella no estaba tan preocupada por mi posible muerte como por su próximo polvo. Pero yo necesitaba unas vacaciones. Un descanso. A Lydia le gustaba joder cinco veces a la semana por lo menos. Yo prefería tres. Me levanté y me acerqué a la mesa de la cocina donde estaba mi máquina de escribir. Encendí la luz, me senté y escribí a Lydia una carta de cuatro páginas. Luego fui al baño, cogí una cuchilla de afeitar, salí, me senté y me puse un buen trago. Cogí la cuchilla y me corté el dedo corazón de mi mano derecha. Corrió la sangre. Firmé la carta con sangre.

Bajé al buzón de la esquina y metí la carta.
El teléfono sonó en varias ocasiones. Era Lydia. Me gritaba cosas.
—¡Me voy a BAILAR! ¡No tengo por qué quedarme sentada mientras tú bebes!
—Te comportas como si beber fuera igual que irme con otra mujer —dije.
—¡Es peor!
Colgó.
Seguí bebiendo. No tenía sueño. Pronto fue medianoche, luego la una de la

mañana, las dos. La linterna Coleman mantenía su llama...
A las tres y media de la madrugada sonó el teléfono. Otra vez Lydia.
—¿Todavía sigues bebiendo?
—¡Claro!
—¡Podrido hijo de puta!
—De hecho al sonar el teléfono estaba quitando el celofán de esta botella de Cutty
Sark. Es hermoso. ¡Deberías verlo!
Colgó bruscamente. Me mezclé otro trago. Había buena música en la radio. Me
eché hacia atrás. Me sentía muy bien.

La puerta se abrió de golpe y Lydia entró como una tromba. Se paró delante mío. La botella estaba en la mesita del café. La vio y la agarró. Yo salté y la agarré a ella. Cuando yo estaba borracho y Lydia fuera de sus casillas andábamos bastante igualados. Ella sostenía la botella en el aire, apartándola de mí, tratando de salir por la puerta con ella. Agarré el brazo que sostenía la botella e intenté quitársela.
—¡TU, ZORRA! ¡NO TIENES DERECHO! ¡DAME ESA JODIDA BOTELLA!

Entonces salimos al porche, forcejeando, tropezamos en el escalón y caímos al suelo. La botella chocó contra el cemento y se rompió. Ella se levantó y se fue. Oí cómo su coche se ponía en marcha. Me quedé tumbado y contemplé la botella rota. Estaba a medio metro de mí. Lydia se alejó en su automóvil. La luna seguía alta. En el culo de lo que quedaba de botella vi que aún se podía salvar un trago de escocés. Me estiré en el suelo, la cogí y me lo eché en la boca. Una larga punta de cristal casi se clavaba en uno de mis ojos mientras bebía lo que quedaba. Entonces me levanté y entré. Tenía una sed terrible. Empecé a ir de un lado a otro cogiendo cervezas y bebiendo lo poco que quedaba en cada una. Una vez me tragué un montón de cenizas por no acordarme que usaba muchas botellas como ceniceros. Eran las cuatro y cuarto de la mañana. Me senté a mirar el reloj. Era como si estuviera trabajando en la oficina de correos otra vez. El tiempo no transcurría en tanto la existencia se iba transformando en algo insoportable. Aguardé. Aguardé. Aguardé. Aguardé. Finalmente se hicieron las seis de la mañana. Me acerqué hasta la tienda de licores de la esquina. El empleado la estaba abriendo. Me dejó entrar. Compré una nueva botella de Cutty Sark. Volví a casa, cerré la puerta con llave y llamé a Lydia.

—Tengo aquí una botellita de Cutty Sark a la que estoy quitando el celofán. Me
voy a servir un trago. Y la tienda de licores va a estar ahora abierta durante veinte horas.
Ella colgó. Me tomé un trago y luego entré en el dormitorio, me tumbé en la cama
y me puse a dormir sin quitarme la ropa.

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