martes, 17 de agosto de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 16

El ex luchador japonés jubilado vendió la casa de Lydia. Tuvo que mudarse. Eran Lydia, Tonto, Lisa y el perro, Bugbutt. En Los Ángeles la mayoría de los caseros cuelgan fuera el mismo cartel: SOLO ADULTOS. Con dos niños y un perro la cosa estaba realmente jodida. Sólo la buena pinta de Lydia podía ayudarla. Se necesitaba un casero del género macho caliente.

Los llevé por toda la ciudad. Fue inútil. Yo me quedaba fuera junto al coche bien a la vista. Ni así funcionaba. Mientras íbamos conduciendo Lydia se asomaba por la ventanilla gritando:
—¿Es quena di e en esta ciudad puede alquilarle un apartamento a una mujer con
dos niños y un perro?
Inesperadamente había un apartamento vacante en mi edificio. Vi a la gente irse de
allí y me fui rápidamente a hablar con la señora O'Keefe.
—Oiga —le dije—, mi novia necesita un sitio para vivir. Tiene dos niños y un
perro pero todos se portan bien. ¿Les dejaría mudarse aquí?
—He visto a esa mujer —dijo la señora O'Keefe—. ¿No se ha fijado en sus ojos?
Está loca.
—Ya sé que está loca. Pero yo respondo de ella. Tiene algunas buenas cualidades,
de verdad.
—¡Es demasiado joven para usted! ¿Qué va a hacer usted con una chica joven
como ella?
Me reí.
El señor O'Keefe salió y se quedó detrás de su esposa. Me miró desde la puerta de

persiana.
—Está encoñado, eso es todo. Es muy simple, está encoñado.
—Bueno, ¿y qué? —dije yo.
—De acuerdo —dijo la señora O'Keefe—. Tráigala aquí...
Así que Lydia alquiló el apartamento y se mudó. Eran más que nada ropas, todas
las cabezas que había esculpido y una gran lavadora.
—No me gusta la señora O'Keefe —me dijo—. Su marido parece buena persona
pero ella no me gusta.
—Es una buena señora tipo católica, y tú necesitas un sitio donde vivir.
—No quiero que bebas con esa gente. Van a destruirte.
—Sólo pago 85 pavos de alquiler. Ellos me tratan como a un hijo. Tengo que
tomarme una cerveza con ellos de vez en cuando.
—¡Como un hijo,m i erd a! Eres casi tan viejo como ellos.

Pasaron unas tres semanas. Era un sábado por la mañana. No había dormido aquella noche con Lydia. Me bañé y tomé una cerveza, me vestí. No me gustaban los fines de semana. Todo el mundo salía a la calle. Todo el mundo estaba jugando al ping-pong o
segando el césped o encerando el coche o yendo al supermercado o a la playa o al parque. Multitudes en todas partes. El lunes era mi día favorito. Todo el mundo estaba de vuelta al trabajo y fuera de vista. Decidí ir al hipódromo a pesar de la muchedumbre. Eso me ayudaría a matar el sábado. Me comí un huevo duro, tomé otra cerveza, salí al porche y cerré la puerta. Lydia estaba fuera jugando con Bugbutt, el perro.

—Hola —me dijo.
—Hola —dije yo—, me voy a las carreras.
Lydia se vino hacia mí.
—Oye, ya sabes lo que te pasa con el hipódromo.
Se refería a que siempre me quedaba demasiado cansado para hacer el amor
después de ir a las carreras.
—Anoche estabas borracho —continuó—, fue horrible. Asustaste a Lisa. Tuve que
sacarte fuera.
—Me voy a las carreras.
—Muy bien, hala, vete a las carreras. Pero si te vas no esperes encontrarme aquí
cuando vuelvas.

Subí a mi coche, que estaba aparcado junto al jardín. Bajé los cristales de las ventanillas y lo puse en marcha. Lydia estaba parada de pie en la acera. Le dije adiós con la mano y salí a la calle. Era un agradable día veraniego. Bajé hacia Hollywood Park. Tenía un nuevo sistema. Cada nuevo sistema me acercaba más y más a la fortuna definitiva. Era sólo cuestión de tiempo.
Perdí 40 dólares y volví a casa. Aparqué mi coche junto al césped y salí. Cuando

me dirigía hacia el porche me salió por el camino la señora O'Keefe.
—¡Se ha ido!
—¿Qué?
—Su chica. Se ha mudado.
No contesté.
—Alquiló un camión de mudanzas y metió todo allí. Estaba como loca. ¿Sabe esa
enorme lavadora?
—Sí.
—Bueno, es una cosa pesada. Yo no podría levantarla. Ella no dejó que el chico la
ayudara. Levantó ella sola la cosa y la metió en el camión. Entonces sacó a los niños y el

perro y se fueron. Se dejó el alquiler de una semana.
—Muy bien, señora O'Keefe. Gracias.
—¿Vendrá a beber con nosotros esta noche?
—No sé.
—A ver si puede.

Abrí la puerta y entré. Le había dejado un acondicionador de aire. El aparato estaba sobre una silla en la entrada. Había una nota y un par de pantys azules. La nota estaba garrapateada salvajemente:
«Bastardo, aquí está tu aire acondicionado. Me voy. Me voy para siempre ¡hijo de
puta! Cuando te sientas solo puedes usar estos pantys para meneártela. Lydia.»
Fui a la nevera y cogí una cerveza. La bebí y luego me acerqué al aparato de aire
acondicionado. Cogí los pantys y me quedé allí preguntándome si funcionaría la cosa.

Entonces dije «¡Mierda!» y los arrojé al suelo.
Me acerqué al teléfono y marqué el número de Dee Dee Bronson. Estaba en casa.
—¿Hola? —dijo.
—Dee Dee —dije yo—, soy Hank...

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