domingo, 31 de octubre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 61

Allí estaba esperándonos nuestro hombre, Gary Benson. También escribía poesía y conducía un taxi. Era muy gordo y por lo menos no tenía pinta de poeta, no tenía aspecto de North Beach o del East Village o de profesor inglés, y eso ayudaba porque aquel día hacía un calor espantoso en Nueva York, cerca de los 40 grados. Cogimos el equipaje y subimos en su coche, mejor dicho su taxi, y nos explicó por qué era prácticamente inútil tener un coche en Nueva York. Por eso había tantos taxis. Nos sacó del aeropuerto y empezó a charlar mientras conducía, y los conductores de Nueva York eran igual que Nueva York —nadie cedía un pelo. No había compasión ni cortesía, los parachoques iban pegados a los parachoques. Lo comprendí: cualquiera que cediera un solo centímetro provocaría un colapso de tráfico, una catástrofe, un crimen. El tráfico fluía inacabable como una procesionaria. Era maravilloso verlo. Ninguno de los conductores iba furioso, simplemente se resignaban a los hechos.
Pero a Gary leg u stab a hablar.
—Si estás de acuerdo, me gustaría grabar una entrevista contigo para un programa

de radio.
—De acuerdo, Gary, digamos mañana después del recital.
—Voy a llevarte ahora a ver al coordinador de poesía. Lo tiene todo organizado. Te
dirá dónde te tienes que alojar y todo eso. Se llama Marshall Benchly y no digas que te lo
he dicho, pero no lo puedo tragar.

Llegamos allí y entonces vimos a Marshall Benchly de pie delante de una placa conmemorativa. No había aparcamiento. Subió al coche y Gary se puso en marcha. Benchly tenía pinta de poeta, un poeta de buena familia que jamás hubiera trabajado para comer; eso parecía. Era afectado y blando, un guijarro.
—Te llevaremos a donde te hospedas —dijo.
Orgullosamente recitó la lista de personajes que habían estado en mi hotel. Salimos.
Gary dijo:
—Nos vemos en la lectura, y no te olvides de lo de mañana.

Marshall nos llevó dentro y nos acercamos al mostrador del conserje. El hotel Chelsea, la verdad, no era gran cosa. Tal vez de ahí venía su encanto y su fama. Me alcanzó la llave.

—Es la habitación 1010, la antigua de Janis Joplin.
—Gracias.
—Muchos grandes artistas han dormido en la 1010.
Nos llevó hasta el minúsculo ascensor.
—La lectura es a las 8. Os recogeré a las 7:30. Tenemos todas las entradas vendidas
desde hace dos semanas. Estamos vendiendo algunas entradas de pie, pero hemos de tener

cuidado por las normas de incendios.
—¿Marshall, dónde está la tienda de licores más cercana?
—Bajando a la derecha.
Nos despedimos y subimos en el ascensor.

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