martes, 9 de noviembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 67

—¿Queréis beber algo? —dijo Marty.
—Tomaré una cerveza —dije yo.
—Yo tomaré un Stinger —dijo Tammie.
—Busca un asiento para ella —le dije a Marty.

—Está bien, la colocaremos en algún sitio. Todo está lleno a rebosar. Hemos tenido

que devolver dinero de entradas. Falta media hora para que salgas.
—Quiero presentarle Chinaski a la audiencia —dijo Tammie.
—¿Estás de acuerdo? —preguntó Marty.
—De acuerdo.

Fuera tenían a un chaval con una guitarra, Dinky Summers, y la muchedumbre le estaba sacando las tripas. Ocho años atrás Dinky había conseguido un disco de oro, pero desde entonces nada más.

Marty cogió un telefonillo y dijo:
—¿Oye, suena tan mal ese tío como parece desde aquí?
Oímos una voz femenina por el telefonillo:
—Es terrible.
Marty colgó.
—¡Queremos a Chinaski! —aullaban.
—Está bien —oímos a Dinky—, Chinaski viene ahora.

Empezó a cantar otra vez. Estaban borrachos. Abuchearon y silbaron. Dinky siguió cantando. Acabó y se fue del escenario. Uno nunca sabía. Algunos días era mejor no salir de la cama.

Se oyó una llamada en la puerta. Era Dinky con sus zapatillas de tenis rojas, blancas y azules, su camiseta blanca, collares y un sombrero marrón de fieltro. El sombrero reposaba sobre una masa de rizos rubios. En la camiseta ponía: «Dios es Amor».
Dinky nos miró.
—¿Estuverea lmen te tan mal? Quiero saberlo. ¿Estuverealmente tan mal?
Nadie contestó.
Dinky me miró.

—¿Hank, estuve tan mal?
—La tropa está borracha. Es carnaval.
—Quiero saber si estuve mal o no.
—Tómate un trago.
—Tengo que ir a buscar a mi chica —dijo Dinky—, está ahí fuera sola.
—Bueno —dije—, vamos para el ruedo.
—Muy bien —dijo Marty—, entra ya.
—Yo lo presento —dijo Tammie.

Salí con ella. Mientras nos acercábamos al escenario nos vieron y empezaron a gritar y a desgañitarse. Las botellas se cayeron de las mesas. Hubo una primera pelea. Los chicos de la oficina de correos nunca lo hubieran creído.
Tammie se acercó al micrófono.
—Señoras y caballeros —dijo—, Henry Chinaski no ha podido venir esta noche..

Hubo un silencio.
Entonces dijo:
—Señoras y caballeros, ¡Henry Chinaski!
Me acerqué. Me ovacionaron. Todavía no había hecho nada. Cogí el micrófono:
—Hola, soy Henry Chinaski.

El lugar tembló con el fragor. Yo no tenía que hacer nada. Ellos lo hacían todo. Pero tenías que andarte con cuidado. Bebidos como estaban podían inmediatamente detectar cualquier gesto falso, cualquier palabra falsa. Nunca podías desestimar a un público. Habían pagado para entrar; habían pagado las bebidas; querían obteneralgo a cambio, y si no se lo dabas te correrían a leches hasta el océano.
Había una nevera en el escenario. La abrí. Debía haber por lo menos 40 botellas de

cerveza. Me incliné y cogí una, quité la chapa y pegué un trago.
Entonces alguien de abajo soltó un bramido:
—¡Hey, Chinaski, nosotros estamospa ga nd o las bebidas!
Era un tío gordo de la primera fila con traje de cartero.
Me acerqué a la nevera y saqué una cerveza. Fui hasta allí y se la alcancé. Luego
volví a por más cervezas y se las pasé a la gente de la primera fila.
—Eh, ¿y nosotros qué? —se oyó una voz por atrás.

Cogí una botella y la lancé por el aire. Tiré unas cuantas más. Eran buenos. Las cazaban todas. Entonces una se me escapó de la mano y se fue volando. Oí un sonido de cristales rotos. Decidí dejarlo. Ya veía la denuncia: rotura de cráneo.
Quedaban unas veinte botellas.
—Ahora, ¡el resto sonmía s!
—¿Vas a leer toda la noche?

—Voy a beber toda la noche.
Aplausos, silbidos, gritos...
—¡TU, JODIDA PLASTA DE MIERDA! —gritó alguien.
—Gracias, tía Pepita —contesté.

Me senté, ajusté el micro y empecé con el primer poema. Vino la calma. Estaba ahora solo en el ruedo frente al toro. Sentí algo de terror. Pero yo había escrito los poemas. Los leí. Era mejor abrir con algo fácil, un poema burlón. Acabé y las paredes temblaron. Cuatro o cinco personas estaban peleando durante los aplausos. Iba a tener suerte. Todo lo que tenía que hacer era seguir allí.
No podías menospreciarlos y tampoco podías lamerles el culo. Había que encontrar
el punto medio.

Leí más poemas, bebí cerveza. Me puse más borracho. Las palabras se iban haciendo más difíciles de leer. Perdía líneas, se me caían poemas al suelo. Entonces paré y me quedé sentado sólo bebiendo.
—Esto está bien —les dije—, pagáis para verme beber.
Hice un esfuerzo y leí algunos poemas más. Finalmente les leí unos cuantos poemas obscenos y acabé.
—Esto es todo —dije.
Pidieron más a gritos.

Los chicos del matadero, los chicos de Sears Roebuck, todos los chicos de todos los almacenes y fábricas donde había trabajado desde que era un chaval, nunca se lo hubieran creído.
En la oficina había más bebidas y varios gruesos porros, como bombas. Marty

habló por el telefonillo para que cerraran las verjas.
Tammie miró a Marty.
—No me gustas —dijo—, no me gustan tus ojos.
—No te preocupes por sus ojos —dije yo—, vamos a coger el dinero y nos vamos.
Marty hizo el cheque y me lo entregó.
—Aquí tienes —dijo—, doscientos dólares...
—¡Doscientos! —gritó Tammie—. ¡Podrido hijo de puta!
Miré el cheque.
—Está bromeando —le dije—, cálmate.

Me ignoró.
—Doscientos —le dijo a Marty—, tú, jodido...
—Tammie —le dije—, son cuatrocientos...
—Firma el cheque —dijo Marty— y te lo daré en metálico.
—Cogí una buena borrachera ahí fuera —me dijo Tammie—, le dije a este tío,
«¿Puedo apoyarme en tu cuerpo?», y él dijo que sí.
Firmé y Marty me dio un fajo de billetes. Los metí en mi bolsillo.

—Oye, Marty, creo que mejor nos vamos.
—Aborrezco tus ojos —le dijo Tammie a Marty.
—¿Por qué no os quedáis y charlamos un rato? —me preguntó Marty.
—No, debemos irnos.
Tammie se puso de pie.
—Tengo que ir al lavabo.
Se fue.
Marty y yo nos quedamos allí sentados. Pasaron diez minutos. Marty se levanto y

me dijo:
—Espera, ahora vuelvo.
Me quedé sentado y esperé, cinco minutos, diez minutos. Salí de la oficina y me fui
hacia la calle. Llegué hasta el aparcamiento y me senté en mi Volkswagen. Pasaron quince
minutos, 20:25.
Le voy a dar cinco minutos más y me largo, pensé.

Justo en ese momento Marty y Tammie salieron por la puerta trasera al callejón.
Marty señalo:
—Allí está.
Tammie se acercó. Su ropa estaba toda desabrochada y revuelta. Se subió en el
asiento trasero y cayó redonda.
Me perdí dos o tres veces en la autopista. Finalmente llegué a casa. Desperté a
Tammie. Se levantó, salió corriendo hacia su apartamento y cerró fuertemente la puerta.

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