lunes, 15 de noviembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 71

Pasaron cuatro o cinco días. Sonó el teléfono. Era Tammie.
—¿Qué quieres? —le dije.
—Oye, Hank, ¿conoces ese pequeño almacén que cruzas con tu coche cuando
vienes a casa de mi madre?
—Sí.
—Bueno, pues ahora están de saldos. Entré y vi esta máquina de escribir. Sólo

cuesta 20 pavos y funciona bien. ¡Por favor, cómpramela, Hank!
—¿Para qué quieres una máquina de escribir?
—Bueno, nunca te lo he dicho, pero siempre he querido ser escritora.
—Tammie...
—Por favor, Hank es la última vez que te pido algo. Seré toda la vida tu amiga.
—No.
—Hank...
—Oh, mierda, está bien.

—Te veré dentro de quince minutos en el puente. Quiero darme prisa antes de que alguien la compre. He encontrado un nuevo apartamento y Filbert y mi hermano me están ayudando a mudarme...

Pasados 15 o 25 minutos, Tammie no estaba en el puente. Volví a subir en el Volks y fui hasta el apartamento de su madre. Filbert estaba cargando cajas de cartón en el coche de Tammie. No me vio. Aparqué a media manzana de allí.

Tammie salió y vio mi coche. Filbert estaba subiendo en su coche. Tenía también
un Volks, de color amarillo. Tammie le despidió con la mano y dijo:
—¡Hasta luego!
Entonces vino andando por la calle hasta donde yo estaba.
Cuando llegó al lado de mi coche se tumbó en la calle y se quedó allí quieta. Yo
esperé. Entonces se levantó y subió en mi coche.
Arranqué. Filbert estaba sentado en su coche. Al pasar a su lado le saludé con la
mano. El no me devolvió el saludo. Sus ojos reflejaban tristeza. Sólo estaba empezando

para él.
—¿Sabes? —dijo Tammie—. Ahora estoy con Filbert.
Se me escapó una carcajada. No pude contenerme.
—Mejor que nos demos prisa. Tal vez se hayan llevado la máquina de escribir.
—¿Por qué no te compra Filbert la jodida máquina?
—¡Mira, si no quieres comprarla sólo tienes que parar y dejarme salir!
Paré el coche y abrí la puerta.
—¡Oye, hijo de puta, medijiste que me ibas a comprar esa máquina! ¡Si no me la

compras voy a empezar a gritar y a romperte las ventanas!
—Está bien. La máquina es tuya.
Fuimos hasta el sitio. La máquina estaba allí.
—Esta máquina ha pasado toda su vida en un asilo para enfermos mentales —nos

dijo la señora.
—Va a la persona adecuada —dije yo.
Le di a la señora los veinte y regresamos. Filbert se había ido.
—¿No quieres entrar un rato? —me preguntó Tammie.
—No, tengo que irme.
Fue capaz de entrar la máquina sin necesidad de ayuda. Era portátil.

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