viernes, 3 de diciembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 83

Había accedido a dar una lectura en el Norte. Era la tarde anterior al recital y yo estaba sentado en un apartamento en el Holiday Inn bebiendo cerveza con Joe Washington, el promotor, y el poeta local Dudley Barry, junto a su novio, Paul. Dudley había salido fuera del armario y había proclamado que era homosexual. Era nervioso, gordo y ambicioso. Se desplazaba de un lado a otro.
—¿Vas a dar una buena lectura?
—No sé.
—Mueves a las multitudes, ¿Jesús, cómo lo haces? La cola da la vuelta a la

manzana.-
—Les gustan las sangrías.
Dudley agarró a Paul por las nalgas.
—¡Voy a empalarte, nene! ¡Luego me empalarás tú a mí!
Joe Washington estaba junto a la ventana.
—Eh, mira, por ahí viene William Burroughs. Está en el apartamento vecino al
tuyo. Va a leer mañana por la noche.
Me acerqué a la ventana. Sí, era Burroughs. Me di la vuelta y abrí otra cerveza.
Estábamos en el segundo piso. Burroughs subió por las escaleras, pasó junto a mi

apartamento, abrió su puerta y entró.
—¿Quieres ir a verle? —me preguntó Joe.
—No.
—Voy a ir a verle un momento.
—Muy bien.
Dudley y Paul estaban jugando a cogerse el culo. Dudley estaba riendo a carcajadas
y Paul soltando risitas y ruborizándose.
—¿Por qué no os lo hacéis en privado, tíos?

—¿No es encantador? —dijo Dudley—. ¡Me encantan los chicos jóvenes!
—A mí me interesan más las hembras.
—No sabes lo que te pierdes.
—Es cosa mía.
—Jack Mitchell se lo hace con travestís. Escribe poemas sobre ellos.
—Por lo menos tienen aspecto de mujer.
—Algunos de ellos tienen mejor aspecto que muchas mujeres.
Bebí en silencio.
Joe Washington volvió.

—Le dije a Burroughs que estabas en el apartamento de al lado. Le dije: «Burroughs, Henry Chinaski está en el apartamento de al lado». Y él dijo: «¿Oh, de verdad?». Le pregunté si quería verte. El dijo: «No».
—Deberían poner neveras en estos sitios —dije—, la jodida cerveza se está
quedando caliente.
Salí a buscar una máquina de hielo. Al pasar por la habitación de Burroughs le vi
sentado en un sillón junto a la ventana. Me miró con indiferencia.
Encontré la máquina de hielo y regresé con hielo suficiente para llenar el lavabo y
meter allí las cervezas.
—No querrás entromparte mucho —dijo Joe—. Empiezas a trabarte con las

palabras.
—A ellos no les importa. Sólo quieren verme clavado en la cruz.
—¿500 dólares por una hora de trabajo? —dijo Dudley—. ¿Llamas a eso una cruz?
—Sí.
—¡Menudo Cristo!

Dudley y Paul se fueron y Joe y yo nos fuimos a uno de los cafés del barrio donde se podía comer y beber. Encontramos una mesa. Lo primero que vimos fue a desconocidos viniendo a sentarse con nosotros. Todos hombres. Vaya mierda. Había algunas chicas bonitas, pero sólo sonreían y miraban, o no miraban ni sonreían. Me figuré que las que no sonreían me odiaban por mi actitud hacia las mujeres. Que se jodieran.

Estaban allí Jack Mitchell y Mike Tufts, ambos poetas. Ninguno trabajaba para vivir a pesar de que su poesía no les daba ni para pipas. Vivían de herencias y préstamos. Mitchell realmente era un buen poeta, pero no tenía mucha suerte. Se merecía algo mejor. Entonces apareció Blast Grimly, el cantante. Blast estaba siempre borracho. Yo nunca lo había visto sobrio. Había unos cuantos más en la mesa que no conocía.
—¿Señor Chinaski?

Era una cosita dulce con un corto vestido verde.
—¿Sí?

Era un antiguo libro de poemas que había escrito mientras estaba en la oficina de correos, Corre alrededor de la habitación y mío. Se lo firmé e hice un dibujo, luego se lo devolví.—¡Oh, muchas gracias!
Se marchó. Todos los cabrones que había alrededor mío habían asesinado toda
probabilidad de acción.

Pronto había cuatro o cinco jarras de cerveza en la mesa. Pedí un sándwich. Bebimos durante dos o tres horas, luego volví al apartamento. Acabé con las cervezas que quedaban en el lavabo y me fui a dormir.
No recuerdo gran cosa de la lectura, pero me desperté al día siguiente solo. Joe
Washington llamó a la puerta a las once de la mañana.
—¡Eh, tío, fue uno de tusme jo res recitales!

—¿De verdad? ¿No te estás burlando de mí?
—No, tú estabas allí. Aquí está el cheque.
—Gracias, Joe.
—¿Estás seguro de que no quieres ver a Burroughs?
—Seguro.
—Lee esta noche. ¿Te vas a quedar a oírle?
—Voy a volver a Los Ángeles, Joe.
—¿Le has oído leer alguna vez?
—Joe, quiero darme una ducha y salir de aquí. ¿Me llevarás al aeropuerto?
—Claro.

Cuando nos fuimos. Burroughs estaba sentado en su sillón junto a la ventana. No hizo el menor gesto de haberme visto. Yo le miré y seguí mi camino. Tenía mi cheque. Estaba ansioso por pasarme por el hipódromo.

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