lunes, 6 de diciembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI "NOVELA MUJERES" - CAPITULO 85

Cuando me desperté era la una y media de la tarde. Me di un baño y me vestí y revisé el correo. Había una carta de un joven de Glendale. «Querido señor Chinaski: Soy un joven escritor y creo que soy bueno, pero siempre me devuelven mis poemas. (¡Cómo entra uno en este juego? ¿Cuál es el secreto? ¿Quién se lo ha enseñado? Admiro mucho sus escritos y me gustaría pasarme por su casa y conversar con usted. Llevaría unos paquetes de cervezas y podríamos charlar. También me gustaría leerle algunos de mis poemas...».

El pobre gilipollas no tenía un orinal. Tiré su carta a la papelera.
Cerca de una hora más tarde regresó Liza.
— ¡Oh, he encontrado unos vestidos maravillosos!

Venía cargada de trajes. Entró en el dormitorio. Pasó un rato, entonces salió. Llevaba un traje largo de cuello alto y dio vueltas delante mío. Se le ajustaba al culo de forma gloriosa. Era dorado y negro, y llevaba zapatos negros. Hizo una especie de baile.
—¿Te gusta?
—Oh, sí... —Me senté y esperé.

Liza volvió al dormitorio. Luego salió con ano verde y rojo con reflejos plateados. Era éste un traje con la falda abierta y el ombligo al descubierto. Mientras desfilaba delante mío tenía una forma especial de mirarme a los ojos. No era coqueta ni sexy, era perfecta.

No recuerdo cuántos vestidos me enseñó, pero el último era desde luego fabuloso. Se le ajustaba a todo el cuerpo y llevaba aberturas en ambos lados de la falda. Mientras andaba, primero le salía una pierna fuera y luego la otra. El vestido era negro, relucía y tenía el escote bajo.

Me levanté mientras ella danzaba por la habitación y la agarré. La besé con vicio, doblándola hacia atrás. Seguí besándola y subiéndole la falda. Subí toda la parte de atrás de su falda y vi sus bragas, amarillas. Subí la parte delantera y empecé a empujar mi polla contra ella. Su lengua se metió en mi boca, estaba tan fría como si acabase de estar bebiendo agua helada. La fui empujando hasta el dormitorio, la eché en la cama y salté encima. Le quité las bragas amarillas y me quité mis propios calzones. Dejé ir a mi imaginación. Sus piernas estaban sobre mi cuello mientras yo la miraba. Aparté sus piernas, me fui para arriba y se la metí. Jugué un poco, usando diferentes velocidades y luego empecé con embestidas furiosas, embestidas de amor, embestidas lujuriosas, embestidas brutales. A veces se me salía, pero empezaba otra vez. Finalmente me dejé ir, le di unas pocas sacudidas más, me corrí y caí junto a ella. Liza continuó besándome. No estaba seguro si ella había llegado o no. Yo sí.

Cenamos en un sitio francés que servía también buena comida americana a precios razonables. Estaba siempre repleto, lo que nos dio tiempo para conocer el bar. Aquella noche dejé mi nombre como Lancelot Lovejoy, y estuve lo bastante sobrio como para reconocer la llamada 45 minutos más tarde.

Pedimos una botella de vino. Decidimos retrasar un poco la cena. No había mejor manera de beber que en una pequeña mesa cubierta con un mantel junto a una mujer estupenda.
—Jodes —me dijo Liza— con el entusiasmo de un hombre que jode por primera
vez y aun así jodes con un montón de inventiva.
—¿Puedo escribir eso en mi servilleta?
—Claro.
—Puede que lo use alguna vez.
—Simplemente no me uses a mí, es todo lo que te pido. No quiero ser sólo otra de

tus mujeres.
No contesté.
—Mi hermana te odia —dijo—, dice que todo lo que harás es utilizarme.
—¿Qué ha pasado con tu clase, Liza? Estás hablando como cualquier otra.

Cuando volvimos a casa bebimos un poco más. Me gustaba cantidad. Empecé a abusar un poco de ella, verbalmente. Se mostró sorprendida, sus ojos se llenaron de lágrimas. Corrió a meterse en el baño, estuvo unos diez minutos y luego salió.
—Mi hermana tenía razón. ¡Eres un bastardo hijo de puta!
—Vámonos a la cama, Liza.

Nos desvestimos y nos metimos en la cama. La monté, sin preámbulos era mucho más difícil, pero finalmente entró. Empecé a trabajar. Le di y le di. Era otra noche de calor. Era como un mal sueño repetitivo. Empecé a sudar. Me contorsionaba y bombeaba. No avanzaba, no iba a conseguirlo. Le di una y otra vez. Finalmente me eché a un lado.
—Lo siento, nena, demasiada bebida.
Liza deslizó lentamente su cabeza por mi pecho, por mi estómago, bajó y la cogió.
Empezó a lamer y lamer y lamer, luego se la metió en la boca y fue a por ello...
Volví a San Francisco con Liza. Tenía un apartamento en lo alto de una colina. Era
agradable. La primera cosa que hice fue cagar. Entré en el baño y me senté. Baldosas
verdes por todas partes. Vaya una guarida. Me gustaba. Cuando salí, Liza me sentó en unos grandes almohadones, puso música de Mozart y me sirvió vino. Era la hora de comer y ella se metió en la cocina. De vez en cuando me servía otro vino. Yo siempre disfrutaba más estando en casas de mujeres que cuando ellas estaban en mi casa. Cuando estaba en sus casas siempre me podía marchar.

Me llamó a comer. Había una ensalada, té helado y un guiso de pollo. Estaba muy bueno. Yo era un cocinero pésimo. Sólo sabía freír filetes, aunque hacía un buen estofado de vaca, especialmente cuando estaba borracho. Me gustaba jugar con mis estofados de vaca. Les ponía de todo, y a veces realmente me pasaba.

Después de comer fuimos a dar una vuelta por el muelle del Pescador. Liza llevaba su coche con mucha cautela. Me ponía nervioso. Se paraba en un cruce y miraba en ambas direcciones. Aunque no viniese nadie se quedaba allí parada. Yo esperaba.
—Liza, mierda, vamos. No viene nadie.

Entonces arrancaba. Así ocurría siempre con la gente. Cuanto más la conocías, más conocías sus excentricidades. Algunas veces sus excentricidades eran divertidas, al principio.
Caminamos por el muelle, luego fuimos a sentarnos en la arena. No se puede decir
que hubiera mucha playa.
Me dijo que no había tenido un amante desde hacía tiempo. Cuando los hombres
que conocía le hablaban de lo que era importante para ellos, lo encontraba incomprensible.

—Las mujeres son muy parecidas —le dije—. Cuando preguntaron a. Richard Burton qué era lo primero que él miraba en una mujer, respondió: «Que tenga más de 30 años».
Empezó a oscurecer y regresamos a su apartamento. Liza sacó vino y nos sentamos
en los almohadones. Abrió las persianas y contemplamos la noche. Empezamos a besarnos.

Luego bebimos y nos besamos algo más.
—¿Cuándo vas a volver a trabajar? —le pregunté.
—¿Quieres que trabaje?
—No, pero tienes que vivir.
—Pero tú no estás trabajando.
—En cierto modo, sí.
—¿Te refieres a que vives sólo para escribir?
—No, simplemente existo. Luego más tarde trato de recordar y escribo lo que me

sale.
—Yo sólo abro mi estudio de danza tres días a la semana.
—¿Así te las arreglas?
—Como en un baile.

Nos enrollamos más con los besos. Ella no bebió tanto como yo. Nos fuimos a la cama de agua, nos desnudamos y subimos. Había oído hablar de los polvos en camas de agua. Se suponía que eran grandiosos. Yo lo encontré dificultoso. El agua se movía y agitaba bajo nosotros, y mientras yo me iba para abajo, el agua se iba hacia los lados. En vez de atraerme a ella, la alejaba de mí. Quizás necesitase práctica. Comencé con mi rutina salvaje, tirándola del pelo, atacándola como si fuera una violación. A ella le gustaba, o eso parecía, haciendo pequeños sonidos de placer. La ataqué un poco más, entonces de repente pareció llegar al clímax, haciendo todos los sonidos adecuados. Eso me excitó y me corrí justo cuando acabó ella.

Nos lavamos y volvimos a los almohadones y el vino. Liza se quedó dormida con la cabeza en mi regazo. Me quedé allí sentado una hora o así. Luego me tumbé y aquella noche dormimos sobre aquellos almohadones.

Al día siguiente Liza me llevó a su estudio de danza. Compramos unos sandwiches y bebidas y los llevamos al estudio y los comimos. Era una sala muy amplia en un segundo piso. No había más que suelo vacío, un equipo de estéreo, unas cuantas sillas y unas cuerdas que colgaban del techo. Yo no sabía lo que nada de eso significaba.
—¿Te enseño a bailar? —me preguntó.
—No tengo muchas ganas —dije.
Los días siguientes fue parecido. Ni mal ni bien. Aprendí a arreglármelas algo

mejor en la cama de agua, pero seguía prefiriendo una cama normal para joder.
Me quedé tres o cuatro días más, luego volví a Los Ángeles.
Seguimos escribiéndonos.

Un mes más tarde volvió a Los Ángeles. Esta vez, cuando llegó a mi puerta llevaba pantalones. Parecía diferente, no podía decir por qué, pero parecía diferente. No me apetecía estar sentado con ella y la llevé al hipódromo, al cine, a los combates de boxeo, a todos los sitios donde iba con las mujeres que me gustaban, pero algo se estaba perdiendo. Todavía había sexo, pero ya no era tan excitante. Me sentí como si estuviéramos casados.
Pasados cinco días Liza estaba sentada en el sofá y yo estaba leyendo el periódico
cuando ella dijo;
—Hank, esto no funciona ¿verdad?
—No.
—¿Cuál es el problema?

—No lo sé.
—Me voy a ir. No quiero estar aquí.
—Tranquila, no est an malo.
—No lo entiendo.
Yo no contesté.
—Hank, llévame al local de Women's Liberation. ¿Sabes dónde está?
—Sí, está en el distrito de Westlake, donde antes estaba la escuela de arte.
—¿Cómo lo sabes?
—Una vez llevé allí a otra mujer.
—Cerdo asqueroso.

—Bien, y ahora...

—Tengo una amiga que trabaja allí. No sé dónde está su apartamento ni la encuentro en la guía telefónica. Pero sé que trabaja en el edificio del Women's Lib. Me quedaré con ella un par de días. No quiero volver a San Francisco sintiéndome así...

Liza recogió sus cosas y las metió en la maleta. Salimos a coger el coche y la llevé a Westlake. Había llevado a Lydia una vez allí a una exposición de mujeres donde ella había presentado algunas de sus esculturas.

Aparqué fuera.
—Esperaré a que te asegures de que tu amiga está ahí.
—No hay problema, te puedes ir.
—Esperaré.
Esperé. Liza salió, me despidió con la mano. Yo me despedí, puse en marcha el
motor y me fui.

ENLACE " CAPITULO 86 "

3 comentarios:

el incongruente dijo...

qué pasó con Lidya? extraño a Lidya!!

Anónimo dijo...

se volvió loca como en el capítulo 50, lo trató de pisar con un auto

Unknown dijo...

Cuantos cap tiene...