El Día de Acción de Gracias, Iris preparó el pavo y lo metió en el horno. Bobby y Valerie vinieron a tomar unas copas, pero no se quedaron mucho tiempo. Era refrescante. Iris llevaba otro vestido, tan fascinante como el otro.
—Sabes —dijo—, no he traído bastante ropa. Mañana voy a ir con Valerie a
comprar a Frederick's. Voy a comprar unos zapatos realmente matadores. Te gustarán.
—Ya lo creo.
Entré en el baño. Había escondido la foto que me había enviado Tanya en el armario de las medicinas. Tenía el vestido levantado y no llevaba bragas. Se le podía ver el coño.E ra una zorra atractiva.
Cuando salí, Iris estaba lavando algo en el fregadero. La agarré por detrás, le di la
vuelta y la besé.
—¡Eres un perro viejo cachondón! —me dijo.
—¡Te voy a hacer sufrir esta noche, querida!
—¡Sí, por favor!
Bebimos toda la tarde, luego atacamos el pavo hacia las cinco o las seis. La comida nos sobró. Una hora más tarde empezamos otra vez a beber. Nos fuimos temprano a la cama, hacia las diez. No tuve ningún problema. Estaba lo bastante sobrio para pegar una buena cabalgada. En el momento que empecé a dar caderazos supe que lo iba a conseguir. No traté de complacer particularmente a Iris. Sólo fui adelante y le pegué un polvo de caballo a la antigua. La cama botaba y ella se contorsionaba. Luego empezó a gemir. Frené un poco, luego embestí como un descosido y la hendí. Pareció que llegaba al clímax conmigo. Claro que un hombre nunca podía saber. Me eché a un lado. Siempre me había gustado el jamón canadiense.
Al día siguiente vino Valerie y se fue con Iris a comprar a Frederick's, el templo de las fantasías eróticas. El correo llegó una hora más tarde. Venía otra carta de Tanya. Era más intimista.
Henry, querido...
Iba andando por la calle hoy y estos tíos me silbaron. Pasé a su lado sin hacerles caso. Los que más odio son los lavacoches. Te gritan cosas y sacan la lengua como si realmente pudieran hacer algo con ella, pero no hay un solo hombre entre ellos que pueda hacer nada. Tú lo sabes.
Ayer fui a esta tienda de ropa a comprar unos pantalones para Rex. Rex me había dado el dinero. Es incapaz de comprar sus cosas. Es algo que aborrece. Así que fui a esta tienda de ropa para hombre y cogí un par de pantalones. Había allí dos tíos de mediana edad y uno de ellos era el sarcasmo en persona. Mientras estaba eligiendo los pantalones se acercó, me cogió la mano y la puso en su polla. Le dije: «Eso es todo lo que tienes? ¡Vaya mierdecita!». Se rió y dijo algo inteligente. Encontré un bonito par de pantalones para Rex, verdes con rayas blancas. A Rex le gusta el verde. Entonces viene el tío este y me dice, «Vente a uno de los probadores». Bueno, sabes, los tíos sarcásticos siempre me han fascinado, así que entré en el probador con él. El otro tío nos vio entrar. Comenzamos a besarnos y él se abrió la bragueta. Se le empalmó y me puso la mano en ella. Seguimos besándonos y él me subió el vestido y miró mis bragas en el espejo. Jugaba con mi culo. Pero su polla nunca se puso dura de verdad, sólo a medias, y así se quedó. Le dije que se dejara de bobadas. Salió del probador con la polla fuera y se la guardó enfrente del otro tío. Estaban riéndose. Yo salí y pagué los pantalones. Me los envolvió. «Dile a tu marido que escogiste los pantalones en el probador». Se rió. «¡No eres más que un jodido ma ri c a!» le dije, «¡y tu compadre no es más que otro jodido marica!». Y lo eran. Casi todos los hombres son unos maricas ahora. Es muy difícil para una mujer. Yo tenía una amiga que se casó con un tío y un día volvió a casa y se lo encontró con otro hombre en la cama. No es extraño que todas las chicas tengan que estar comprando vibradores estos días. Es una jodida mierda. Bueno, escríbeme. Un beso,
Tanya
Querida Tanya:
He recibido tus cartas y tu foto. Estoy sentado aquí solo después del Día de
Acción de Gracias. Estoy con resaca. Me gusta tu foto. ¿Tienes más?
¿Has leído alguna vez a Celine? Me refiero al Viaje al fin de la noche. Después de aquello perdió los estribos y se volvió majareta, insultando a sus editores y lectores. Fue verdaderamente una pena. Su mente se disparó. Creo que llegó a ser un buen doctor. O quizás no. Tal vez su corazón no estuviese en ello. Quizás matase a sus pacientes.E so hubiera hecho una buena novela. Muchos doctores lo hacen. Te dan una pastilla y te mandan a la calle de nuevo. Necesitan dinero para pagar lo que su educación les costó. Así que abarrotan sus salas de espera y despachan a los clientes de cualquier manera. Te pesan, toman tu presión sanguínea, te dan una píldora y te mandan a casa sintiéndote aún peor. Un dentista se quedará con los ahorros de toda tu vida, pero al menos hace algo por tus dientes.
De cualquier modo, todavía escribo y me las arreglo para pagar el alquiler. Encuentro tus cartas interesantes. ¿Quién te hizo la foto sin bragas? Un buen amigo, sin duda. ¿Rex? Verás ¡me estoy poniendo celoso! Es una buena señal ¿no? Llamémoslo interés. O curiosidad...
Vigilaré el buzón. ¿Habrá más fotos?
Tuyo, sí, sí,
Henry
Se abrió la puerta y entró Iris. Quité la hoja de la máquina de escribir y la puse boca
abajo.
—¡Oh, Hank! ¡Me he comprado los zapatos de puta!
—¡Magnífico! ¡Magnífico!
—¡Me los voy a poner para ti! ¡Seguro que te encantan!
—¡Hazlo, nena!
Iris entró en el dormitorio. Cogí la carta de Tanya y la escondí bajo un taco de
papeles.Salió Iris. Los zapatos eran de un rojo brillante con unos tacones viciosamente
altos. Parecía una de las mayores putas de todos los tiempos. No tenían respaldo de talón y se le podía ver todo el pie a través del material transparente. Iris caminó de un lado a otro. Tenía un cuerpo aún más provocativo, y el culo se convertía en una de las maravillas de la tierra, caminando sobre esos zapatos se elevaba a alturas celestiales. Era enloquecedor. Se paró y me miró por encima del hombro, sonriendo. ¡Qué maravillosa hinchapollas! Tenía más cadera, más culo, más pantorrilla que nadie que pudiera yo recordar! Corrí a servir dos copas. Iris se sentó y cruzó altas las piernas. Se sentó enfrente mío. Los milagros en mi vida seguían ocurriendo. No podía comprenderlo.
Tenía la polla dura, palpitante, pugnando por reventar mis pantalones.
—Sabes lo que le gusta a un hombre —le dije.
Acabamos nuestra bebida. La llevé de la mano al dormitorio. La eché en la cama. Le subí el vestido y le bajé las bragas. Era un trabajo difícil. Se enganchaban en un zapato, con uno de los tacones, pero finalmente se las quité. Su vestido todavía cubría sus caderas. Levanté su culo y subí más el vestido. Ya estaba húmeda. Lo sentí con mis dedos. Iris estaba casi siempre húmeda, casi siempre a punto. Era totalmente disfrutable. Llevaba unas largas medias de nylon con ligas azules decoradas con rosas rojas.
Emplacé mi vara en la humedad. Sus piernas estaban levantadas en el aire y
mientras la acariciaba veía aquellos zapatos de zorra en sus pies, con tacones rojos afilados como punzones. Iris estaba lista para otra jodida de caballo a la antigua. El amor era para los que tocaban la guitarra, católicos y locos del ajedrez. Aquella perra con sus zapatos rojos y largas medias, se merecía lo que iba a recibir de mí. Traté de rajarla, de partirla en dos. Contemplaba aquella extraña cara medio india a la suave luz del sol que se filtraba por las cortinas. Era como un asesinato. La tenía. No tenía escapada. La empalé rugiendo, llegando casi hasta su cabeza y partiéndola por la mitad.
Me sorprendió que pudiera levantarse sonriendo e irse al baño. Casi parecía feliz. Se le habían caído los zapatos y estaban tirados a un lado de la cama. Mi polla todavía estaba dura. Cogí uno de los zapatos y pasé mi polla por él. Era de puta madre. Luego lo dejé en el suelo. Mientras Iris salía del baño, todavía sonriendo, mi polla se bajó.
1 comentario:
Es tan crudo su relato que causa risa. Excita pero llega un momento que uno larga la carcajada. El amor se transforma en un grotesco. ¡Genial!
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