lunes, 24 de enero de 2011

"LA SENDA DEL PERDEDOR" DE CHARLES BUKOWSKI - CAPITULO 11

En segundo y tercer grado seguí sin tener la oportunidad de jugar al baseball, pero sabía que de alguna manera me estaba convirtiendo en un buen jugador. Si alguna vez volvía a tener un bate en mis manos, sabía que mandaría la bola fuera de las instalaciones de la escuela. Un día estaba yo por ahí y se me acercó un profesor.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada.
—Esta es la clase de Educación Física. Deberías estar participando.

¿Tienes algún impedimento?
—¿Qué?
—¿Te ocurre algo?
—No sé.
—Ven conmigo.
Me llevó hacia un grupo. Estaban jugando al kickball. El kickball era como

el baseball, excepto que usaban un balón de fútbol. El pitcher lo hacía rodar hacía el círculo y tú le dabas una patada. Si salía volando y lo cogían en el aire, estabas fuera. Si salía liso por el campo o por encima de los contrarios,

corrías todas las bases que podías.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó el profesor.
—Henry.
El se acercó al grupo.
—Bueno —dijo—, Henry va a jugar de recogedor en corto.

Eran de mi clase. Todos me conocían. Recogedor en corto era el puesto más difícil. Me coloqué. Sabía que me iban a hacer la puñeta. El pitcher hizo rodar el balón realmente despacio, y el primer tío lo pateó justo hacia mí. Vino muy fuerte, a la altura del pecho, pero no era problema. El balón era grande, puse las manos y lo cogí. Se lo lancé al pitcher. El siguiente tío hizo lo mismo. Esta vez vino un poco más alto. Y un poco más fuerte. Sin problema. Entonces Stanley Greensberg salió al círculo. Ya estaba. Mi suerte se había acabado. El pitcher hizo rodar el balón y Stanley le dio una patada. Vino hacia mí como una bala de cañón, a la altura de la cabeza. Quise agacharme pero no pude. El balón me pegó en las manos y lo sostuve. Lo cogí y lo hice rodar hacia el montículo del pitcher. Tres eliminaciones. Me fui al trote hacia un lateral. Al hacerlo, alguien se cruzó conmigo y dijo «¡Chinaski, el gran recogemierdas!».
Era el chico con vaselina en el pelo y los pelos en los agujeros de la nariz.
Yo me volví:
—¡Eh! —dije. El se paró. Le miré—: No vuelvas a decirme nada.

Pude ver el miedo en sus ojos. Se fue hacia su puesto, yo salí y me apoyé en la valla mientras mi equipo cogía el turno de patear. Nadie se me acercó, pero no me importó. Estaba ganando terreno.

Era difícil entenderlo. Éramos los niños del colegio más pobre, teníamos los padres más pobres y menos educados, la mayoría de nosotros comía simple bazofia, y sin embargo uno por uno éramos mucho más grandes que cualquier chaval de los otros colegios de la ciudad. Nuestro colegio era famoso. Se nos temía.

Nuestro equipo de sexto grado les pegaba unas palizas de aquí te espero a todos los demás equipos de sexto grado de las otras escuelas. Especialmente en baseball. Con resultados de 14 a 1, 24 a 3, 19 a 2. Sabíamos darle a la pelota.

Un día, el equipo júnior campeón de la ciudad, el Miranda Bell, se enfrentó a nosotros. Se sacó dinero de alguna parte y cada uno de nuestros jugadores consiguió una gorra con una «D» blanca. Nuestro equipo tenía buena pinta con esas gorras. Cuando aparecieron los chicos de Miranda Bell, los campeones de 7.° grado, nuestros muchachos de 6.° grado sólo los miraron y se rieron. Éramos más grandes, teníamos un aspecto más duro, andábamos de diferente modo, sabíamos que los teníamos donde queríamos.

Los chicos del Miranda parecían muy educados. Eran muy tranquilos. Su pitcher era el mayor de todos. Consiguió eliminar a nuestros tres primeros bateadores, algunos de los mejores. Pero nosotros teníamos a Lowball Johnson. Lowball les devolvió la papeleta. La cosa siguió así, fallando por los dos lados, o pegando pequeños golpes ocasionales sin consecuencias, pero nada más. Entonces nos tocó batear por séptima vez. Beefcake Cappaletti enganchó una. Dios, ¡se pudo oír a kilómetros el golpe! La bola parecía que fuera a estrellarse contra el edificio de la escuela y romper una ventana. ¡Nunca había visto una bola volar así! Pegó en el mástil de la bandera junto al tejado y cayó. Una carrera completa fácil. Cappaletti pasó todas las bases y nuestros chicos tenían un aspecto magnífico con sus nuevas gorras azules con la «D» blanca.

Los chicos del Miranda se rajaron después de aquello. No sabían cómo recuperarse. Venían de un barrio rico, no sabían lo que significaba luchar por recuperarse. Nuestro siguiente muchacho hizo dos bases. ¡Cómo vitoreamos! La cosa estaba acabada. No podían hacer nada. El siguiente bateador hizo tres bases. Ellos cambiaron de pitcher. Consiguieron eliminar al siguiente de los nuestros. Luego el siguiente bateador hizo una base. Antes de que se nos acabara el turno habíamos hecho 9 carreras.

Los del Miranda no tuvieron oportunidad de batear en su turno. Los chicos de 5.° grado se acercaron y les desafiaron a pelear. Incluso uno de 4.° grado entró corriendo y se enzarzó con uno de ellos. Los del Miranda cogieron sus bártulos y se fueron. Nosotros los corrimos por toda la calle.

No quedaba otra cosa que hacer, así que dos de los nuestros empezaron a pegarse. Era una buena pelea. Los dos tenían la nariz sangrando, pero se estaban dando buenos golpes cuando uno de los profesores que se había quedado a ver el partido los separó. No supo lo cerca que estuvo de recibir por su parte una buena paliza.

ENLACE " CAPITULO 12 "

No hay comentarios: